sábado, 18 de abril de 2009

Agua, vida y tierra

Yo fui estallido fuerte de la selva y el río,
y voz entre dos ecos, me levanté en las cuestas.
De un lado me estiraban las manos de las aguas,
y del otro, prendíanme sus raíces las sierras.

Cuando mi río subía su caricia silvestre
en aventuras locas con el rocío y la niebla,
con el mismo amor loco que impulsaba mi sueño,
lejos de sorprenderlo, me hospedaba en las sierras.

Pero si alguna sombra le bajaba a los ojos,
me repetía en sus aguas hasta dar en la arena,
y era mi grito nuevo como un tajo en el monte
que anegaba las calles y golpeaba las puertas.

A veces la montaña se me vestía de flores
e iniciaba en mi talle curvas de primavera.

Quién sabe en qué mañana se apretaron mis años
sobre senos y muslos y caderas de piedra!

Se treparon mis ojos al rostro de los árboles
y fueron mariposas sus vivas compañeras:
así es como en los prados voy buscando las flores,
y alas pido en las almas que a mi vida se acercan.

Mis dedos arañaron la fuerza de los riscos,
y juraron ser índices de mis futuras vueltas;

por eso entre los cuerpos doblados de los hombres,
como puntales puros de orientación se elevan.

Yo fui estallido fuerte de la sierra y el río,
y crecí amando el río e imitando la sierra...

Una mañana el aire me sorprendió en el llano:
ya mi raíz salvaje se soltaba las riendas!
Pálidas ceremonias saludaron mi vida,
y una fila de voces reclamaron la prenda...

Mis labios continuaron el rumor de las fuentes
donde entrañé mis años y abastecí las venas.
De ahí mi voz de ahora, blanca sobre el lenguaje,
se tiende por el mundo como la dio la tierra!

Julia de Burgos

sábado, 11 de abril de 2009

CIRIO PASCUAL

STABAT MATER

Allí junto a la cruz, allí está Ella,
devorando sus lágrimas callada,
más que la aurora, más hermosa y bella,
¡Virgen bendita! ¡Virgen adorada!
El alma destrozada y abatida,
llorando de dolor, cual nadie viera;
contempla en una Cruz morir la vida,
la vida que en su seno floreciera.
¡Oh qué grande aflicción y qué tristeza
no sentida jamás por criatura!
Marchita de su rostro la belleza,
marchita de sus labios la frescura.
¿Quién ante tal dolor no se conmueve?
¿Quién puede haber que a tal sufrir resista?
Nadie más, ¡Oh María!, te renueve
el enorme pesar que te contrista.
Ella, la Madre amante, sollozando,
junto al madero donde su Hijo muere.
Pidámosle perdón, perdón llorando,
a ella tan pura, que el pecado hiere.

VICENTE HUIDOBRO